"La magia existe", por Lola Díaz
Había una vez en lo alto de una nava soleada, un núcleo de población donde existía magia. Sus gentes, que sabían de esa magia y que vivían en dicha nava, eran humildes, trabajadores y respetuosos; se dedicaban a tareas de campo; tenían sus guarros, cabras, ovejas; y la mayoría tenían burros para la ayuda en las tareas y para carga.
Estas gentes que vivían en dicha nava, donde casi todo el día daba el sol, desde el amanecer hasta el ocaso, la tenían tan bonita y llena de flores sus balcones y rincones, que los forasteros paraban para contemplar tal belleza.
Los vecinos se reunían en dos fiestas principales, la del Señor y la de la Virgen. En dichas fiestas se engalanaban las calles y las casas, y sus habitantes vestían sus mejores galas para celebrar esos días de festejos. Entre hojas de eucaliptos y helechos se adornaban sus calles y balcones. La algarabía se vivía por todos sus rincones. También habían otras fiestas menores como el bollo, en la cual se iban las gentes al campo para convivir, y entre bollos con huevos y algún que otro vino se pasaba el día en comunidad y alegría.
Tenía su iglesia, humilde pero bonita, coqueta, con un porche orientado hacia la preciosa nava, donde era el origen de sus dos fiestas religiosas. En dicho porche, con unas vistas hacia la sierra que la rodea, se hacía un refresco el día del Señor, y los vecinos y vecinas se reunían para celebrarlo. Un tamborilero ameniza la reunión; de entre los tamborileros, el más renombrado es Marcelino Moya.
En la confluencia de las dos calles se celebraba la fiesta del día de la Virgen Patrona, la Virgen del Rosario. Venía una banda para tocar a la Patrona y, para la fiesta posterior, cada participante aportaba viandas y bebidas. Todo en armonía y cordialidad y todos disfrutaban de tan hermoso día.
Existían dos bares, el de Eugenio y el de Estani, dos miembros de esa comunidad. Se les tenía mucho cariño y se les añora y recuerdan con frecuencia. Sus mujeres ayudaban en la tarea: Emilia y Margarita; entre conversaciones y algún que otro vino se reunían un rato y se relacionaban.
Aunque la mayoría de los habitantes de tan hermoso lugar vivían de lo que la tierra y los animales daban, también existía una tienda, de Juan José y Aurelia. Vendían cosas que el campo no da. También en el bar de Estani se vendía alguna que otra cosa para algún menester y para ‘el avío’. Incluso había una panadera, Palmelia, que iba a por el pan a Fuenteheridos en burro, y lo repartía a los vecinos para su consumo.
Entre castaños, chopos, alcornoques, robles y otros árboles transcurría el devenir de estos habitantes. En verano se cultivaban en los huertos todo tipo de hortalizas y frutales, tomates, pimientos, pepinos, habichuelas, calabazas, calabacines y demás manjares. Se cultivaban en esos huertos y los frutales daban su más preciado tesoro: peros, ciruelas, higos, peras, etc.
También se hacían buenos mostos, elixir éste que se degustaba en “to santos”, pasándose el invierno entre mostos, migas y castañas asadas.
Pero como nada es eterno, algunos habitantes tuvieron que buscar trabajo en otros sitios, otros nos fueron dejando, y cada vez dicha aldea se veía más deshabitada y algunas casas se cerraron, pero gracias a los que quedaron y los descendientes que siguieron apreciando la magia de la nava soleada, se siguieron manteniendo sus fiestas y algún que otro evento.
Poco a poco llegaron otras gentes; algunos para siempre, otros iban y venían. Las casas se volvieron a habitar y a volver flores en los balcones. Entre estas nuevas gentes, muchas quedaron cautivas por este entorno y sus gentes intentando conservar el legado que los antecesores dejaron.
Entre estas nuevas gentes había de todo: profesores, electricistas, conductores, médico, bombero y algún que otro bohemio, ahora jubilados; e incluso un tiempo hubo un loco que tenía amedrantada a media aldea. ¡Qué miedo le tenía Vitoria!
Y entre los aldeanos que quedaron y las gentes que vinieron existía algo en común: todos están cautivados por la magia de la nava soleada.
Y cuando ahora se celebran eventos en los que se pone mucho esfuerzo y cariño por parte de todas las personas que componen esta comunidad, y se llena la aldea incluso de niños, y todos unidos, niños, mayores y zagales, se vuelven a llenar las calles con risas, se engalanan balcones y se organizan convivencias tan gratificantes. Y esto es porque la magia de la nava soleada ha cautivado a todos los vecinos y algún que otro vecino de sus alrededores.
Así pues, la magia existe y gracias a ella un sitio tan bonito merece no desaparecer. Seguro que los que nos han antecedido, desde donde nos estén viendo, estarán orgullosos. Los que disfrutamos de ella seguiremos respetando y conservando los valores precedidos, y la cantera que viene para estos menesteres promete.
Y colorín colorado. La nava soleada siguió el curso de la vida, el sol siguió alumbrándola desde la aurora hasta su ocaso por lo que su nombre, NAVAHERMOSA, refleja dicha belleza. Sigamos conservando la magia y el legado de este lugar.
LOLA DÍAZ
Qué maravilla Lola. Ayer mismo estuve tomando una cerveza con mi madre y me contaba lo de Palmelia. Siempre anda contándome cosas su infancia y su aldea, pero tengo mala memoria y estos escritos son una maravilla para que no se olvide nada.
ResponderEliminarGracias.
Muy bien explicado y todo muy bonito. Me encanta.
ResponderEliminarLoli, como siempre lo clavas, cuantos recuerdos y cuantos se han quedado por el camino pero la vida sigue y los que quedamos procuraremos que nuestra Navahermosa brille como se merece.
ResponderEliminarGracias por tan bonito artículo...
Hermosas vivencias y relato. Muchas gracias Lola!
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